Léelo, disfrútalo y pásalo.

En mi primer (y único) año de carrera sufrí una explosión intelectual. Algo que no me había ocurrido hasta ahora y de la que recuerdo estar tremendamente orgulloso ya que mi cerebro parecía no querer parar. Devoraba los libros de cualquier género y me sentía capaz de cualquier cosa. Concretamente, recuerdo leer un libro llamado "El Monje que vendió su ferrari" que me apasionó. Este es un libro calificado como de auto-ayuda aunque a mí me resultó un empuje de energía, un salto hacia un más allá que yo desconocía, pero que me fascinaba. 

Una vez que lo hube terminado de leer y releer, se lo presté a Javier, mi amigo y compañero de facultad al cual le había estado dando la vara mientras me lo leía. le contaba capítulo a capítulo lo que iba ocurriendo y las conclusiones que yo sacaba, así que supongo que a Javier no le habrá supuesto ninguna sorpresa el libro, aunque sí es cierto que recuerdo cómo hablábamos durante horas de las cosas que nos venían a la mente a raíz de este libro.

Quizás fuera la época, o quizás simplemente yo quise creérmelo pero el caso es que tuve la certeza de que libro debía ser leído por la gente. no cabía duda que a mí me había ayudado, por tanto era obvio pensar que ayudaría a otras personas. Pero no quería que la gente tuviera que gastar dinero por ello, al contrario, quería que la gente disfrutara de ello sin necesidad de dar nada a cambio, y que fueran ellos mismos los que valoraran el gesto e intentaran transmitirlo, con lo que decidí escribir una pequeña nota en aquel libro que ya por entonces había pasado por dos manos pero al cual le quedaban muchas manos por pasar. Escribí algo así como: "Este libro me ha ayudado mucho, lo he leído y disfrutado y así espero que lo hagas tú. Si estas leyendo esto, te ha tocado ser parte de una cadena. Léelo, disfrútalo, fírmalo y pásaselo a la persona que creas que lo necesita". Y le perdí totalmente la pista.

Hasta que unos años después, me volví a tropezar con Javi. Lamentablemente nuestros caminos se habían separado y ya no éramos los inseparables compañeros conspiradores de sueños que habíamos sido, aunque el espíritu se mantenía vivo y como no podía ser de otra manera le pregunté por el libro. Sus ojos se iluminaron, y los míos también. Lo tenía consigo, allí mismo. Me lo enseñó, yo lo cogí entre las anos y noté el tacto gastado. Lo abrí. Las hojas habían perdido la textura característica de los libros nuevos e impolutos, Y desde la primera hoja que originalmente había estado en blanco habían firmas. Habían firmas en azul, en negro, en rojo, garabatos con caras sonrientes. No había espacio en donde firmar así que las personas habían empezado a firmar en las páginas escritas del libro. Javi me contó que "El Monje" había ido a Gran Canaria, luego a Sevilla, y que allí le había perdido la pista hasta haber regresado a él inesperadamente.

Hoy en día sigo leyendo a menudo. Y cuando un libro me gusta hasta el punto de pensar que a alguien en algún lugar en algún momento le pudiera ayudar de una u otra manera, escribo; "Léelo, disfrútalo y pásalo", para luego dejarlo en la plaza de mi barrio, donde espero que alguna mente adormilada despierte, se sacuda la crisis del gorro, y llegue a ser lo que siempre quiso ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario